BIO
Abyecto, dícese de lo expulsado de las categorías de pensamiento socialmente hegemónicas: creadas, establecidas y culturalmente inteligibles en un determinado periodo histórico. Es sinónimo de despreciable, repulsivo, vil,incomprensible. Es una categoría de lenguaje que denomina la falta de categorías de pensamiento; aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden, que sobrepasa los límites, los lugares y las reglas por la ambigüedad que se le asigna.
Monstruos, dícese de aquel que muestra algo, la manifestación de algo fuera de lo común o de lo esperado. Una revelación divina, la ira de Dios, los infinitos y misteriosos devenires de la naturaleza, los bordes imprecisos entre lo humano e inhumano. En tanto muestra lo que debía permanecer oculto, pone en jaque el status quo.
Los monstruos habitan en los límites del conocimiento humano, en los límites de los territorios conquistados, en la periferia de lo socialmente conocido y percibido como normal. Viven en la otra cara de lo establecido; pero con la gran habilidad de infiltrarse y bombardear el orden hegemónico desde su interior. La monstruosidad es la infinita y posible mezcla, la unión y el cruce entre las categorías socioculturales.
Monstruo a pesar de ser una categoría de reconocimiento social, no logra inscribirse socialmente porque porta los caracteres de lo ilegible e incoherente en un sistema de reglas donde los binarismos sexo-genéricos están a la orden. Al hacer un recorrido histórico en torno al concepto de monstruo, percibimos que no es solo terror lo que provoca. Es lo disruptivo, en ocasiones lo excesivamente sexual, lo perversamente erótico, lo que se encuentra fuera de la ley y de la norma; lo que construye su encanto, curiosidad y deseo.
El monstruo se inserta en el interior del orden establecido como hegemónico y coherente para hacerlo tambalear. En la medida en que amenaza al orden social que intenta sostenerse, es una modalidad que asume la resistencia de algunas comunidades cuya forma de vivir el género y habitar el cuerpo no se inscribe en la lógica binaria y cisnormativa. Esta es la potencia del monstruo: introducir la variación donde todo es canónico.
Sin embargo, el terror históricamente configurado en torno al monstruo, constituye la manera en que este es socialmente tratado: con odio, agresión, violencia y humillación. Nuestra cultura al equiparar a los monstruos con el mal y el caos, posibilita una única reacción social: la eliminación, ya sea literal o simbólica de esas personas. Es por este motivo, que resulta fundamental para la cultura hegemónica domesticar lo abyecto o convertirlo en monstruo, ya que su organización como una categoría específica legitíma tanto la atracción como la destrucción. Aquí, en un doble movimiento el monstruo es capturado por estas redes pero es asimismo capaz de resistir a través del arte, la comunidad y los lazos.
Por este motivo, es menester ocupar todos los territorios socioculturalmente legitimados, para que la periferia se introduzca en los centros y rompa la inmunidad del orden que se pretende hegemónico. En tal sentido, es interesante detenerse a pensar por qué la selección de arias barrocas, tiene tanta potencia en el siglo XXI. El barroco, se caracteriza por la persuasión, por el reconocimiento del valor del decir, de la comunicación, de la fuerza persuasiva de la exposición, de la “elocutio”. Es decir, la forma artística no tiene en sí misma carácter de fin sino de medio: la forma de cada cosa se distingue por la propia manera de actuar o por su fin; y tocando los afectos persuaden no ya por las cosas que dicen, sino por el modo en que se dicen. De ese modo estos cuerpos disidentes circulan como espacios políticos para la acción. Es a partir de la hibridación, la mezcla y la desterritorialización del cuerpo que se posibilita la emergencia de nuevas corporalidades. Ahí es donde se materializa lo invisible y la monstruosidad encuentra asilo, lo que permite otro umbral de realidad de los cuerpos dando lugar, a través del arte, a sus potencias desconocidas pero no por ello menos reales.